Los unokai son los hombres más respetados entre los indios yanomami. Tienen mayor estatus y, de media, el doble de mujeres que los que no lo son. Para que les llamen así tienen que haber matado a un enemigo. Un estudio muestra ahora su particular política de alianzas para ir a la guerra: en vez de atacar codo con codo con los suyos, pactan con extraños al clan. A cambio, acaban casándose con hijas o hermanas de sus aliados, creando bandas de cuñados.
Los yanomami están entre los grupos indígenas más idealizados de este planeta. Este pueblo, formado por unos 25.000 individuos desperdigados por el norte de la selva amazónica en unas 250 comunidades de unas decenas de personas, es el símbolo del buen salvaje para unos y de la barbarie primitiva para otros. Hasta los años cincuenta no tuvieron un contacto sostenido con el hombre blanco. Quizá por eso los yanomami siempre han despertado gran interés entre los antropólogos. Muchos usan su modo de vida y conductas como un espejo en el que ver a los primeros grupos sociales humanos.
Uno de los científicos que mejor los conoce es el antropólogo de la Universidad de Misuri (Estados Unidos), Napoleon Chagnon, uno de los primeros científicos que se fue a vivir con ellos en los años sesenta y que ha pasado casi media vida estudiándolos. Chagnon, que bautizó a los yanomami como el pueblo feroz, ha sido duramente criticado por otros antropólogos e indigenistas por describir a los yanomami casi como genéticamente violentos y vivir en un estado permanente de violencia.
Ahora, un estudio con varios colegas sistematiza las notas de Chagnon sobre la violencia de los yanomami. Como en otros grupos humanos, las razones para matar a otro son las mismas: luchas de poder para conseguir nuevos territorios o más recursos, ya sea comida o mujeres. Pero, según este trabajo, no se casan con las féminas del grupo atacado sino con las parientes de sus aliados.
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