“Hoy se pueden encontrar estatuas de Buda, sentado y sereno, en todo el mundo. Pero Buda no siempre ha estado ahí para que podamos contemplarlo; durante siglos se le representó únicamente por medio de una serie de símbolos. La historia de cómo todo esto cambió, y de cómo se empezó a representar a Buda en forma humana, se inicia en Pakistán hace unos 1.800 años.”
“En aquel tiempo, el budismo llevaba ya siglos de existencia. Según la tradición budista, el Buda histórico fue un príncipe de la región del Ganges, en el norte de la India, que vivió en el siglo v a.C., y que abandonó su vida de realeza para convertirse en un asceta errante, deseoso de comprender y, por ende, de superar las raíces del sufrimiento humano. Después de muchas experiencias, finalmente se sentó bajo una higuera y meditó sin moverse durante 49 días, hasta que finalmente alcanzó la iluminación: la liberación de la codicia, el odio y la ilusión. En ese momento se convirtió en Buda, el «Iluminado» o el «Despierto».
Buda fue un personaje histórico real, de modo que no era un dios. Hace unos dos mil años hubo un movimiento por el que se empezó a representar a varias deidades y a hombres sabios que habían vivido unos pocos cientos de años antes. La primera evocación de la presencia de Buda está grabada en monumentos circulares llamados «stupas». Allí se alude a Buda mediante el árbol bajo el que se sentó, donde experimentó su despertar, que es de hecho el significado de «Buda», «despertar». El culto a las huellas es un importante elemento en la India todavía hoy; estas aluden a una persona que ya no está, pero que ha dejado su rastro en la Tierra. Esto evolucionó hacia una estructura aún más elaborada, donde tenemos un pilar en llamas en lugar del árbol, lo que “donde tenemos un pilar en llamas en lugar del árbol, lo que significa que la luz surge de Buda. Así pues, había símbolos que penetraban poco a poco en el mundo artístico y que de hecho abrieron el camino a la imagen física de Buda.
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