martes, 9 de diciembre de 2014

MUNDO ANTERIOR





Parte de las estadísticas demográficas del pasado pueden, por consiguiente, servir no ya como prueba de nada, sino como llamada de atención para todo. Hablando de las clases y las masas, Bruce Malina hace el siguiente comentario: 
«La ciudad preindustrial albergaba no más de un 10 por 100 de la población total que se hallaba bajo su control directo e inmediato

"En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata; las cocinas, a col podrida y grasa de carnero; los aposentos sin ventilación apestaban a polvo enmohecido; los dormitoiros, a sábanas grasientas, a edredones húmedos y al penetrante olor dulzón de los orinales. Las chimeneas apestaban a azufre; las curtidurías, a lejías cáusticas; los mataderos, a sangre coagulada.

En aquel momento, sin embargo, a causa del calor y el hedor, que ella no percibía como tales, sino como algo insoportable y enervante -como un campo de lirios o un reducido aposento demasiado lleno de narcisos-, cayó desvanecida debajo de la mesa y fue rodando hasta el centro del arroyo, donde quedó inmóvil, con el cuchillo en la mano." 

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