martes, 24 de marzo de 2015

Pensadores de la Era de hierro.

“En 1918, el esfuerzo de guerra austro-húngaro llegó a su final con una rendición innoble. Muchos oficiales austriacos se montaron en un tren en Italia, de regreso a Austria, abandonando sus hombres a su destino. Pero no el teniente Wittgenstein, incapaz de tal acción. 

“El Tractatus es un intento por delimitar lo que podemos decir con sentido. Esto lleva a la pregunta: ¿qué es el lenguaje? Wittgenstein pretende que el lenguaje nos da una figura del mundo. Esta idea le fue inspirada por un reportaje periodístico acerca de un caso ante un tribunal, en el que coches de juguete fueron usados para representar un accidente. Los cochecitos eran como un lenguaje que describía el estado de cosas real. Figuraban lo que había ocurrido.

“Wittgenstein se dio cuenta de esto. Para tratar de superar esta dificultad, se aferró a su primitiva idea de que de ciertas cosas no se puede decir que sean verdaderas, sólo se puede mostrar que son verdaderas. Admitió que en el Tractatus estaba tratando de decir cosas que sólo se pueden mostrar.

José Ortega y Gasset suele ser considerado el filósofo español más importante del siglo XX. Creador del raciovitalismo, una teoría que intenta conciliar la razón y la vida, fue profesor de filosofía en la Universidad Complutense de Madrid entre 1910 y 1936, y se convirtió en una de las figuras más influyentes de la sociedad y la cultura españolas del momento.
   Una de las anécdotas más famosas de la época gira en torno a su nombre: acababan de almorzar el torero Rafael Gómez «El Gallo» y José María de Cossío con Ortega y Gasset. Cuando Ortega se marchó, «El Gallo» le preguntó a Cossío:
   —Y este señor que ha comido con nosotros, ¿quién era?
   —Tú siempre tan despistado, Rafael. Este señor era don José Ortega y Gasset —le respondió Cossío.
   —Eso ya lo sé, pero quiero decir que a qué se dedica.
   —Pues es nada menos que el filósofo más importante que hay en España.
   —Ya, ¿pero de qué vive?
   —De pensar, Rafael, le pagan por pensar.
   Y Rafael «El Gallo», sin poder ocultar su asombro, exclamó:
   —¡Hay gente pa tó!”

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